Sue Harrison Mi hermano el viento pdf

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Primeros 

Hombres Bahía de Herendeen, península de Alaska iin guardó sus herramientas de tallar. La luz gris de primera hora de la mañana penetraba por el orificio para el humo y se encontraba con el brillo de la lámpara de aceite de foca. En algún momento de la noche se había posado una ligera bruma que empapó las paredes de piel y las esteras del refugio y mojó sus vestidos de dormir hasta que Kiin pensó que el frío se había introducido en sus huesos. Se dijo que sus hijos y ella estaban a salvo. De todos modos, el frío que envolvía su cuerpo tenía que ver con algo más que la humedad. 

No debió permitir que su marido la llevase allí. Sus rorros y ella estaban más seguros en la aldea de su pueblo que en ese estrecho refugio, en compañía de Tres Peces. Pensó que los comerciantes no la molestarían aunque fuesen a visitarlos en busca de esposas. «No, quédate aquí 

—ordenó la voz del espíritu de Kiin
—. Eres esposa y debes acatar lo que tu marido te dice. Quédate con Tres Peces hasta que Amgigh venga a buscarte.» Aunque respiró hondo, Kiin no logró deshacerse de la congoja que pareció apoderarse de ella. Miró a Tres Peces por encima de la mojada ropa de los lechos. La mujer acababa de despertar y le sonrió, dejando al descubierto sus dientes partidos. 
—Tengo hambre 
—dijo Tres Peces
—. Deberíamos salir en busca de comida. 
— Hablaba con el marcado acento de su pueblo, los Cazadores de Ballenas
—. Sé dónde hay bayas. 
—Es muy pronto. Las bayas aún no han madurado 
—opinó Kiin. Tres Peces se encogió de hombros. 
—En ese caso, recogeremos tallos de bayas para preparar medicinas. 
—Bueno —aceptó Kiin
—. Salgamos. Tres Peces no dio un solo paso hacia el faldón de la puerta. 
—Uno de los comerciantes buscaba medicina para curar sus ojos 
—explicó—. Si preparo un ungüento de tallos de bayas, es posible que lo trueque por carne o por aceite. —Tienes razón, no estaría mal 
—admitió Kiin
—. Salgamos. Tres Peces siguió hablando y le contó a Kiin que su madre solía preparar medicinas con hieracium, con raíz de ugyuun y con los bulbos de raíz amarga que tan bien se daban en la isla de los Cazadores de Ballenas.

[12:59, 26/2/2019] librosdemillonarios.com: Mientras escuchaba, a Kiin se le hacía un nudo en la garganta. Aquella mujer era la esposa de Samiq. Había estado en sus brazos y compartido su espacio para dormir. Su voz espiritual susurró en su interior: «Has gozado de la alegría de compartir una noche con Samiq y puedes darte por satisfecha». «Y tengo a Takha 
—pensó Kiin—. Gracias a aquella noche tengo a Takha, el hijo que tanto se parece a su padre.» Kiin apoyó las manos en el bulto que llevaba bajo la suk de piel, donde estaba Takha, sujeto a su pecho con el portacríos. Acarició a su otro hijo, Shuku 
—mellizo de Takha
—, que también reposaba apoyado en su seno. «Recuerda que Amgigh es tu marido», advirtió la voz espiritual de Kiin. «Claro que sí, Amgigh es un buen marido. Nadie puede aspirar a algo mejor. Además, Amgigh me dio a Shuku, a quien basta ver para saber que es su hijo», se dijo Kiin. «Amgigh también te dio la noche que pasaste con Samiq 
—le recordó la voz de su espíritu
—. El eligió compartirte con su hermano.» «Estoy contenta de ser la esposa de Amgigh y lo sabes», aseguró Kiin. La voz de su espíritu replicó: «¿Hay alguien capaz de explicar la diferencia entre lo que la mente elige y lo que el corazón decide? Las palabras no son trenzas de kelp. 

No pueden atar el dolor y empaquetarlo para guardarlo en un escondrijo como si fuese comida». Kiin se rodeó las rodillas con los brazos y meció a Takha y a Shuku entre el pecho y los muslos. Tres Peces seguía parloteando y sus palabras sonaban tan firmes como el viento. Kiin cerró los ojos y se esforzó por pensar en algo que no tuviera nada que ver con maridos, hijos, la lluvia o la estentórea voz de Tres Peces. Las ideas que la asaltaron eran inquietantes, y un extraño desasosiego se adueñó de sus pies y sus manos. «Es por este refugio 
—susurró su voz espiritual
—. Las paredes se te echan encima y la luz de la lámpara de aceite es muy tenue. Dirige tu mente al cielo y al mar, a las elevadas montañas y a las hierbas largas.» Tres Peces hizo una pausa y Kiin se percató de que le había preguntado algo. ¿Prefería coser pieles de aves o de focas? Kiin se dijo que le daba igual, pero respondió: 
—Pieles de aves. 
—¿Pieles de aves? 
—repitió Tres Peces
—. Se rasgan fácilmente y hacen falta muchas para coser una suk. 
—Tienes razón. Kiin deseaba que Tres Peces dejara de hablar. Sacó a Takha del portacríos. Cabía la posibilidad de que Tres Peces se callara si lo cogía en brazos. Kiin envolvió a su hijo en uno de los pocos pellejos secos de su lecho y se lo pasó [12:59, 26/2/2019] librosdemillonarios.com: a Tres Peces. El niño abrió los ojos, miró solemnemente a su madre, torció la cabeza hacia Tres Peces y sonrió. Tres Peces rió y volvió a parlotear, esta vez con el rorro. Kiin suspiró y miró a Shuku, que seguía dentro de la suk. El pequeño dormía.

 De pronto reparó en lo que Tres Peces decía a Takha: 
—Tu padre luchará y estarás a salvo. No temas, tu padre es fuerte. Kiin pasó por encima del lecho, sujetó a Tres Peces por los brazos y preguntó: 
—¿Qué has dicho? 
—Simplemente lo que Amgigh me explicó. Dijo que debíamos quedarnos aquí porque en la playa hay hombres que quieren trocar mujeres. Kiin tuvo la sensación de que el corazón le subía por la garganta y empezaba a pugnar por salir. 
—¿Y Amgigh luchará con ellos? Tres Peces se zafó del apretón y retrocedió deprisa a la húmeda pared del refugio. Respondió: 
—Dijo que tal vez tendría que luchar. Lo único que puedo contarte es que vi a uno de esos hombres. Un hombre con un manto negro sobre los hombros. Hasta su cara era negra. Supongo que Samiq y Amgigh temían que nos quisiera a nosotras. 
—Es Cuervo 
—murmuró Kiin
—. Mi hermano Qakan me vendió a él y fui su esposa en la aldea de los Hombres de las Morsas. Ha venido a buscarme. 
—A Kiin se le quebró la voz, y el sonido se semejó a palabras que hubieran escapado de una endecha. Tres Peces la miró como si no la entendiese
—, Amgigh no podrá vencerlo en la lucha. Cuervo era muy fuerte y astuto. Amgigh moriría a no ser que Kiin se fuese con él. Si marchaba con Cuervo y retornaba al pueblo de los Hombres de las Morsas, ¿qué sería de sus hijos? Uno moriría. Mujer del Cielo y Mujer del Sol 
—las ancianas Abuela y Tía
— comunicarían a la aldea la maldición que pesaba sobre sus hijos. «No existe niño que pueda llevar la muerte a una aldea 
—aseguró la voz espiritual de Kiin, ya no susurrante, sino enfurecida
—. Mujer del Sol y Mujer del Cielo sólo conocen el miedo.» Kiin pensó que sus hijos eran buenos y no portaban ninguna maldición. Pero como eran mellizos y su hermano Qakan la había usado como esposa mientras los llevaba en su seno, los Hombres de las Morsas creían que los críos arrastraban una maldición. ¿Cómo protegería a dos rorros de los habitantes de la aldea? Kiin apretó los labios y miró a Tres Peces, que seguía hablando con Takha, con la cara pegada a la del niño. 

La mujer y el pequeño sonrieron. Kiin los observó y el dolor formó un remolino en el centro de su pecho. Elevó sus pensamientos a los espíritus del viento y a los de las montañas que protegían la playa de los mercaderes. Les dijo que se daría por satisfecha con ser la esposa de Amgigh y que le permitiesen vivir. Aferró el amuleto que colgaba de su cuello y pensó que no [13:00, 26/2/2019] librosdemillonarios.com: pediría nada más si Amgigh y sus hijos estaban a salvo. Gateó hasta donde estaba Tres Peces, se sentó a su lado y añadió: 
—Nuestros maridos, Amgigh y Samiq, son hermanos, de la misma manera que lo son mis hijos Takha y Shuku. —Aunque tenía prisa, Kiin se obligó a hablar lenta y claramente para que Tres Peces comprendiera—. Como nuestros maridos son hermanos, nosotras somos hermanas. 
—Así es 
—confirmó Tres Peces. —Tres Peces, tengo que bajar a la playa y tú debes quedarte aquí con Takha 
— añadió Kiin—. Evita que llore todo el tiempo que puedas. Sería bueno que se durmiera. Cuando llore tanto que te resulte imposible calmarlo, llévalo con Baya Roja, que tiene leche y lo amamantará. —Kiin deshizo el nudo de la cuerda de babiche de la que colgaba la talla que le había regalado Chagak, la madre de Samiq, y se la dio a Tres Peces
—. Es un regalo para ti. Tres Peces sostuvo en la mano la talla del hombre, la mujer y el niño. 
—Samiq me habló de esta talla 
—reconoció Tres Peces
—. La hizo el gran chamán Shuganan. No puedo aceptarla. 
—Debes hacerlo 
—insistió Kiin
—. Somos hermanas. No puedes rechazar mi regalo. Quien lleva la talla tiene el don de convertirse en buena madre. Tres Peces permaneció inmóvil unos segundos; finalmente ató la cuerda de babiche alrededor de su cuello y estrechó la talla entre las manos. Kiin desenvolvió el ikyak de colmillo de morsa que había tallado durante la larga noche en que no había logrado conciliar el sueño. En cuanto terminó de tallarlo, lo dividió transversalmente en dos. 

¿Acaso Mujer del Sol no había dicho que, como eran mellizos, sus hijos compartían el mismo espíritu y debían vivir como un solo hombre? ¿No había insistido Mujer del Cielo en que Shuku y Takha debían compartir un ikyak, un refugio, una esposa? Algún día Kiin también tallaría un refugio y una mujer, los partiría y daría una mitad a cada uno de sus hijos. Gracias a sus tallas vivirían sin la maldición de ser mellizos y cada uno construiría su propia vida en cuanto hombre. Colgó las dos mitades del ikyak de sendas cuerdas de tendón trenzado; anudó una alrededor del cuello de Takha y la otra en torno al de Shuku. 
—Es la bendición que doy a mis hijos 
—explicó a Tres Peces. Takha tomó el ikyak y se lo llevó a los labios. Shuku seguía dormido. Kiin contempló unos instantes a sus hijos y enseguida se volvió para enrollar las pieles del lecho. 
—¿Por qué quieres bajar a la playa? 
—inquirió Tres Peces
—. Amgigh dijo que nos quedáramos en el refugio.

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